La “tolerancia” oficial esconde una estrategia para extirpar todos nuestros valores y referencias, para tratar de convertirnos en individuos neutralizados que se rinden por anticipado a las imposiciones de las castas dirigentes y de los diferentes grupos de presión minoritarios que hoy en día controlan el poder político. Las herramientas de disgregación son avasalladoras: inmigración masiva y hostil hacia Occidente, adoctrinamiento escolar, disolución nacional, manipulación de la Historia, ataque a la familia, ataque a la raza, promoción de la mediocridad, aborto, desviaciones sexuales, manipulación de la justicia, etc.
La palabra “tolerancia” oculta un ataque coordinado y frontal hacia nuestra forma de vida y hacia todo lo que nos une como pueblo. El nuevo modelo es una sociedad multirracial y multicultural, sin referentes comunes, con culturas inmiscibles que distan siglos entre sí pero que ocupan el mismo espacio vital. En estas circunstancias, todos los vínculos que forman una familia nacional están rotos, nadie se reconoce en nadie. El control social está asegurado. También el conflicto. Es la vieja regla: divide y vencerás.
Este plan de ingeniería social se complementa necesariamente con la aniquilación de los disidentes, que no somos otros que los que nos declaramos patriotas y herederos de una tradición. En los países comunistas era práctica habitual enviar a hospitales psiquiátricos a los disidentes más molestos, y al Gulag a los demás. Aquí todavía no han llegado a esto; los métodos en uso son la persecución policial y judicial y el linchamiento social. Existen profesionales de esto, los nuevos chequistas, terroristas que no han cambiado de profesión sino de métodos y de patrocinadores. Sólo apuntarles que no vamos a pedir perdón por ser como somos, ni tampoco vamos a cambiar.
Los amos del mundo quieren una sociedad de consumidores, seres grises que deambulan por los pasillos de un centro comercial sin levantar la mirada del suelo y sin más patria que el dinero y los caprichos. Nada de intereses comunes. Nada de proyectos vitales. Nada de familias. Nada de ideales. Nada de rebeldía. Así que cuando escuches la palabra “tolerancia”, piensa que es sinónimo de asesinato, o mejor dicho, de suicidio consentido por una masa acomodada e indolente.
La palabra “tolerancia” oculta un ataque coordinado y frontal hacia nuestra forma de vida y hacia todo lo que nos une como pueblo. El nuevo modelo es una sociedad multirracial y multicultural, sin referentes comunes, con culturas inmiscibles que distan siglos entre sí pero que ocupan el mismo espacio vital. En estas circunstancias, todos los vínculos que forman una familia nacional están rotos, nadie se reconoce en nadie. El control social está asegurado. También el conflicto. Es la vieja regla: divide y vencerás.
Este plan de ingeniería social se complementa necesariamente con la aniquilación de los disidentes, que no somos otros que los que nos declaramos patriotas y herederos de una tradición. En los países comunistas era práctica habitual enviar a hospitales psiquiátricos a los disidentes más molestos, y al Gulag a los demás. Aquí todavía no han llegado a esto; los métodos en uso son la persecución policial y judicial y el linchamiento social. Existen profesionales de esto, los nuevos chequistas, terroristas que no han cambiado de profesión sino de métodos y de patrocinadores. Sólo apuntarles que no vamos a pedir perdón por ser como somos, ni tampoco vamos a cambiar.
Los amos del mundo quieren una sociedad de consumidores, seres grises que deambulan por los pasillos de un centro comercial sin levantar la mirada del suelo y sin más patria que el dinero y los caprichos. Nada de intereses comunes. Nada de proyectos vitales. Nada de familias. Nada de ideales. Nada de rebeldía. Así que cuando escuches la palabra “tolerancia”, piensa que es sinónimo de asesinato, o mejor dicho, de suicidio consentido por una masa acomodada e indolente.
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